Siempre pensé que el príncipe azul existía -no es mi culpa, rezagos culturales que afortunadamente ya no te tocarán-, Oliva tenía a Popeye, Mimí al Mickey (aunque medio jotón), Candy tenía a Anthony... y a Terry... y a Albert por si las dudas, la Barbie siempre encontraba al Ken y todos eran felices para siempre. Mi experiencia por la vida me ha enseñado que esto no es precisamente cierto, aunque tampoco del todo falso. El amor verdadero se conoce desde el momento en que se escuchan los latidos acelerados de un bebé en el vientre de su madre. Cuando te ví y escuché en aquel sufrido ultrasonido, supe que eso era lo que yo había esperado; aún hoy, cuando te abrazo en las noches, sé que lo sigo disfrutando.
Y a pesar del cansancio, de las desmañadas (debo admitir que dormir hasta tarde es lo único que extraño de mi vida sin tí), de las indecisiones ante tus recién adquiridos berrinches, y los corajes/risas a medias ante tus pellizcos a todo ser vivo (o no) que se te ponga enfrente, sé que el amor verdadero está aquí.
Cierro con algo de Andrea Echeverri que me gustó mucho desde la primera vez que escuché:
Tú me has dado el soplo de la creación
Eres energía, luz del sol
Tú me has deletreado la palabra amor:
A
eme
o
ere
ce
i
te
o