Pregunta por ella. "Lo siento, está de vacaciones". "¿Desde cuándo?" "Hace una semana".
De pronto se hace un silencio sepulcral... "¿P.? ¿Estás ahí?"
Solloza... "Es que me agarró la migra".
¡Santo Niño de Atocha! Me angustio. P. tiene como 5 ó 6 años que se fue de mojado a los Yunaites y desde entonces no ha regresado a México. En este momento lo imagino golpeado, desangrado, violado y detrás de unos barrotes.
Sigue llorando. Le digo que no cuelgue. He de encontrar a su doncella.
Y nada. Teléfono descompuesto. Celular apagado. ¿Y ora qué hago?
Como puedo lo medio calmo. Le digo que si quiere que llame a alguien más de su familia. Responde que no... nos quedamos callados. Pasa el tiempo. Corren los minutos de la larga distancia.
Le pregunto si está bien. Me dice que sí.
Le pregunto que dónde está. Responde que en su casa.
En su casa... ¿EN SU CASA?
¿Cómo chingaos está en su casa si la migra te agarra y nunca te ha de soltar a menos que se asegure que estés en territorio de los sopes y las enchiladas? No entiendo...
Y entonces, mi mente hace un flashback editado en color sepia y recuerdo que en alguna ocasión, la doncella me dijo que a su amorcito "bien que le gusta echarse sus alcoholes".
¡¡Jijo de la...!!
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A los 4 días la doncella me llama para darme las gracias y decirme que en realidad, lo que pasó es que al tipo lo agarraron en un retén por no traer licencia, lo entambaron y a las pocas horas lo soltaron.
Me chamaqueó... me siento engañada, golpeada, desangrada... y hasta ahí.
Y lo peor de todo, es que no me di cuenta de que estaba borracho. Es el colmo, tuve una relación de dos años con un alcohólico (sí, mi ex novio José) y aún no sé detectar los choros de un borracho.
Vaya... soy medio güey, pero de buen corazón.