febrero 25, 2005

El diario de Camila (o cómo la conocí y desconocí)

Día 1. Lunes.
Hoy te ví por primera vez. Dormías tan plácidamente que te envidié. Y es que dormir en una situación así, con tantos autos y camiones, transeúntes y bichos circulando tan cerca, no es muy común. Tu posición tampoco era idónea para un descanso tan merecido como el que parecías tener: estabas en un camellón inclinado, con la cabeza hacia abajo y el cuerpo hacia arriba, por un momento creí verte sonreír. Yo seguí circulando, y en mi retrovisor pude ver en tu cuerpo signos de una reciente maternidad [Mi cuerpo valiente parió a su pariente]. Me alegro por tí; sigo mi camino.

Día 2. Martes.
Qué triste inicio de una relación, hoy me doy cuenta de que en realidad no dormías. Sigues ahí, en la misma posición, con el mismo rostro apacible de ayer. Ya es de noche y aún no puedo dejar de pensar en tí.

Día 3. Miércoles.
Alguien se compadeció: por salud y por lástima un saco de cal fue regado sobre tu cuerpo. Ya no veo tu sonrisa ni tu cuerpo color miel. Sólo un montón de polvo blanco, que por momentos me parece azúcar, y lo que parecen restos de un saco de papel. Sigo pensando en tí y en lo que eres, te llamaré Camila.

Día 4. Jueves.
No puedo creer que sigas ahí. Eres una pirámide de polvo blanco en un camellón ¿alguien más aparte de mí lo notará? Al pasar cerca, el morbo me obliga a mirar: un muslo se asoma entre la blancura, el cabello color miel sigue ahí. TÚ sigues ahí... los autos, camiones, transeúntes y bichos siguen su camino.

Día 5. Viernes.
Pobre Camila. Al doblar en la Avenida, pienso si seguirás ahí, mi ser optimista por naturaleza espera que no, pero ahí te veo; hoy más que nunca eres un mausoleo dedicado a la rutina. Te has convertido en parte del paisaje. La suerte del color rojo del semáforo me detiene a unos metros de tí. Me da miedo acercarme demasiado, prefiero detenerme a ver cómo un naval, con su uniforme blanco irónicamente parecido al que ahora tú vistes, te observa con desdén, no repara en tu no-existencia, prefiere aguantar la respiración y seguir con su camino. La luz cambia a verde. Yo huyo, aunque no puedo evitar voltear a verte por el retrovisor. El muslo tiene puntos negros, tu cabello color miel ya no es tuyo, los bichos ya no siguen su camino.

febrero 06, 2005

febrero 04, 2005

Un día para odiar.

Desde anoche, ese era el destino de este día.

Ayer, después de una concienzuda y larga -pero trágica- charla con mi amigo Román, decidí que hoy odiaría, que maldeciría todo aquello que me hizo daño y que hoy no sé curar. Decidí que odiaría a aquellas personas que me han lastimado y que hoy fingen que nada sucedió. A quienes responden con una sonrisa sarcástica y burlona ante mis preocupaciones y miedos.

Nunca lo había hecho, nunca había pensado en dedicar un día al odio, sentimiento que ahora comprendo, ha sido víctima de prejuicios generados por la ignorancia. En realidad, el odio no es malo ni malintencionado, mucho menos malsano. Hoy he aprendido que es algo sumamente necesario. Odio, odio, odio... sólo por hoy.


Instrucciones para salvar el odio eternamente

De: Ismael -Whatever-

Si ella se va no la perdones.
Si te deja cultiva bien tu odio.
Nunca seas generoso en olvido, si ella se va.
Si te deja no digas adiós
o "Qué vamos a hacerle", no pidas perdón.
No repases vuestras fotos
y, mirándole a los ojos,
regálale eterno tu odio.

Si ella se va no trates nunca de entenderla.
Maldice sus pasos.
Nunca creas sus despedidas, sus promesas, su explicación.
Y provoca llanto y dolor,
que queme su conciencia como el sol,
que el adiós le corte como una cuchilla.
No te confundas ella, es la asesina.

Porque cuando ella se va
alguien la esperará en la esquina.
En otros brazos reirá con otras mentiras,
dirá "Te amo, cuanto tiempo te he estado esperando".
Y te olvidará, todo habrá muerto,
y aquel otoño nunca habrá sido vuestro.
Para qué mentir, que ella se lleve, aunque dure poco, tu odio para siempre.