33. Cumpleaños

Debo admitirlo: desde hace muchos años ya, no me emociona en lo más mínimo mi cumpleaños (mucho menos hoy después de lo acontecido ayer). Si es que llego a celebrarlo de alguna manera, es por condescendencia hacia las personas que sí les importa, particularmente mi familia.

Odio festejar; mi cumple perfecto sería con mi pozolito hecho por Maki, mi pastel de zanahoria de Natural Bless y 500 besos de sabores de Aitana (o que me diga: te amo tanto que quiero comerte a besos). No pido más.

Me irrita que me pregunten: ¿qué vas a hacer este año? Y fingir que me emociona la sola idea de mezclar amistades que no tienen absolutamente nada en común; fingir que no me pone medio histérica verlos callados (jaja recuerdo una vez que hasta me dijeron, ¿y tus amigos de aquel rincón son de utilería?); fingir que me gusta organizar fiestas y que no me atemoriza que todo alcance para todos, porque si algo se acaba es el fin del mundo para mí... fingir que no soy ermitaña...

Aún no puedo recordar siquiera qué hice el año pasado... y por lo pronto, mi hermana ya anda organizando el evento.

Creo que como a las 10 me escabulliré a mi casa con mi olla de pozole y me encerraré como acostumbro. Ahora me doy cuenta de que soy una especie de Grinch de los cumpleaños. Y de las navidades. Y de los años nuevos. Y de las bodas. Y de las fiestas en general. Y esto se agrava peligrosamente cada vez más.